Nos levantamos un par de horas antes del amanecer, recogimos nuestros bártulos y salimos de la habitación donde nos habíamos hospedado durante los últimos días. Recorrimos el pasillo de nuestro piso con la mayor cautela posible por temor a despertar a algún otro huésped, una ardua tarea teniendo en cuenta que la vieja madera crujía bastante por sí sola. Una vez llegamos a la planta baja, Ibis introdujo un sobre lacrado por debajo de la puerta de la habitación de Mangus, el dueño de la posada, me imagino que con algo de dinero para agradecer su hospitalidad. Después de esto, cerramos la puerta tras nosotros con suma precaución y nos adentramos en la aún profunda y fresca noche primaveral.

Me empezaba a despertar la curiosidad el pasado de mi nuevo compañero. Él iba a conocer prácticamente todo acerca de mí y me parecía injusto que yo no pudiera conocer algo más sobre él.

— ¿En qué piensas? - preguntó Ibis de pronto.

— ¿Cómo? - contesté extrañado por la pregunta.

— Necesito saber qué está pasando por tu cabeza si quiero relatar tu historia y ser fiel a los hechos.

— Pero… ¿No puedo tener intimidad? ¡No te pienso decir en qué pienso cada vez que tú quieras saberlo!

— Por supuesto que no -dijo aceptando la cláusula con una sonrisa- pero ayudaría en algunos casos, cuando no te importe compartirlo y siempre que no sientas que estoy invadiendo tu intimidad.

Le observé por un momento y frené el impulso pirata de pegarle un puñetazo por sus extremos y desquiciantes buenos modales, dejarle inconsciente en medio de aquel páramo solitario y así librarme de todo este embrollo. Pero no, con él tenía que controlarme.

— Pues me estaba preguntando quién eres… Tú sabes ya algunas cosas de mí y más que vas a conocer a medida que te vaya contando historias sobre mi pasado pero, ¿quién eres tú realmente?

Ibis comenzó a reírse a carcajada limpia. Algo que me sorprendió enormemente, ya que no le veía capaz de tal proeza, teniendo en cuenta su condición de rata seria de biblioteca. Puede que hasta tenga sentido del humor.

— Espero que un pirata como tú no tenga miedo de alguien como yo. No puedo hacerte ni un arañazo con mis plumas, aunque, pensándolo bien, una mancha con mi tinta podría ser irreversible sobre tus blusas…

— No me quitaría el sueño una simple mancha, puede que yo mismo me haya encargado de matar al calamar que escupió esa basura.

— ¿Basura dices? Esta tinta proviene del Sagrado Calamar de las Tres Colas. Imagino que una bestia de tal envergadura no te habrá sido indiferente… —dijo con un tenue halo de misterio.

Por supuesto que no y él lo sabía de sobra. Algo debía saber sobre aquel encuentro que tuve hace poco más de un par de años atrás con el Sagrado Calamar de las Tres Colas y, si no me falla la intuición, Ibis está buscando mi propia versión de los hechos.


Continuará...