No hay nada que le haga sentirse mejor a un cronista que comparar sus tintas con los de otro y ver que las suyas son mejores. Cuento con una buena provisión de tintas del mayor y más poderoso calamar de todos los reinos conocidos, el Calamar de las Tres Colas, las más cotizadas y valiosas. Las tintas marcan la diferencia .
Ibis

Llevaba poco más de tres meses navegando con la primera tripulación de la que formaba parte, tras varios días navegando, decidimos tomarnos un descanso en un pueblo conocido por Hee, a pocas millas de la gran ciudad Masi Mirekeb. Nos alojamos en una humilde posada en la que el dueño se ofreció a darnos toda clase comodidades, entre las que, por supuesto, se incluían alojamiento y grandes manjares, a cambio de no robarle, ni montar mucho jaleo para no espantar a sus clientes. A pesar de todo, nos dedicamos todas las noches a beber y emborracharnos hasta acabar tirados por el suelo. Como buenos piratas. 

Una de aquellas noches, sentí que mi cuerpo no toleraría ni una gota más de ron, así que me limité a fingir que bebía a la vez que les seguía el juego al resto de  mis camaradas. Al no estar nublado por el alcohol, me percaté de que en la esquina opuesta a donde nosotros estábamos montando la juerga había una mujer con un elegante vestido azul celeste cubierto, en parte, por una caperuza negra que ocultaba la mitad de su rostro. Enseguida, notó mi mirada sobre ella y, apresuradamente, se levantó, se acercó a la barra para pagar su consumición y se marchó. A causa de mis anteriores borracheras, no sabría decir si era la primera vez que visitaba la posada o llevaba ya varias noches observándonos.

Dudé un momento. No sabía si seguirla para averiguar por qué nos observaba con tanta curiosidad y por qué huyó nada más advertir que me había dado cuenta de ello. En el fondo no quería asustarla, dadas mis penosas ropas de maleante, sucias y resquebrajadas. Pero… ¡Qué más daba! Al fin y al cabo, era un pirata.

Salí
tras ella, la perseguí entre árboles y matorrales, persiguiendo el débil resplandor azul que reflejaba la luna sobre su vestido. Tras varios minutos de persecución, tropezó y la encontré respirando entrecortadamente, tratando de ponerse en pie de nuevo apoyándose en el tronco de un árbol. Se quedó paralizada al verme.

¿Quién eres y qué es lo que quieres?— pregunté con violencia. 

No contestó, tan sólo me miraba atemorizada. Me acerqué un poco más a ella.

¡Te he hecho una pregunta!— insistí, fingiendo que estaba a punto de perder los nervios.

Dió un paso atrás y tras volver a tropezar, cayó al suelo de nuevo.

Os… Os he… -comenzó a decir la mujer con la voz quebrada— Os he recono… cido.

Lo que me faltaba. ¿Quién sería aquella mujer? ¿Algún embarazo no deseado? ¿Deudas? ¿La mujer de algún difunto a manos de mis camaradas? Yo era un ladrón, pero jamás había matado a nadie. 

¿De qué nos conoces?— pregunté Y, ¿qué es lo que quieres de nosotros?

La mujer se levantó del suelo sin romper el contacto visual en ningún momento. Se enderezó y endureció la mirada. De repente, parecía fuerte, decidida y valiente. Pensé que me iba a pegar un puñetazo, así que entrecerré los ojos.

Quiero que me aceptes en tu tripulación— sentenció rígidamente.  

Se me abrieron los ojos como platos. Eso no me lo esperaba.